Una fría brisa otoñal trataba en vano de disipar la niebla que dormitaba perezosa en el antiguo circulo de piedras, el día estaba aun por nacer y en el este la suave luz del alba luchaba con las tinieblas de la fría noche de los Alpes.
Earión ap Fiona contemplo ensimismado el lago de origen glaciar que rodeaba la pequeña isla donde descansaba el circulo de menhires.
— ¿Un buen lugar para un duelo secreto, no crees Thorvald?— comento sarcástico.
— Señor, sabéis perfectamente que desapruebo vuestra conducta, pero soy vuestro escudero y debo serviros. No, no me parece que ningún lugar sea apropiado para un duelo como el que vais a celebrar— La profunda voz del enorme troll rasgó la tranquilidad del lago como un cuerno de batalla presagiando muerte.
—¿Solo estas aquí por ser mi escudero?— Earión se recreo en la pregunta usando un tono ofendido. Aquella mañana se sentía especialmente molesto con el resto del mundo.
— No, señor... Earión, sabes que somos amigos desde hace muchos años, estoy aquí porque tu me pediste que fuese tu testigo, habría podido denunciaros a todos al rey por celebrar un duelo prohibido, pero no lo hice. Respeto tu decisión de luchar, pero me sigue pareciendo que el estúpido orgullo sidhe ha tenido mas que ver en este asunto que el honor. Nadie en su sano juicio se mata a hierro frío por el amor de una mujer. Por muy enamorado que estés ningún amor merece que pierdas tu alma faerica por él.— El rostro del gigante azul reflejaba preocupación y miedo por su amigo.
Earión sonrió tristemente — Supongo que eso es lo que nos diferencia a los sidhe del resto del mundo: la estupidez que se apodera de nosotros cuando el amor entra en nuestras vidas.—
Un incomodo silencio se apodero de la escena y los dos amigos se perdieron unos minutos en sus pensamientos sin saber que decir, la suerte estaba echada.
— Señor, el barquero trae a alguien mas.— Advirtió finalmente Thorvald señalando hacia el lago.
Un pequeño y recio bote se acercaba a la isla. El barquero, que también había llevado hasta allí a Earión y Thorvald, era una misteriosa quimera encapuchada que servia al poder del circulo de piedras. Nunca hablaba, y nadie sabia donde tenia su morada. Nadie le llamaba cuando quería cruzar el lago, pero el siempre parecía saber cuando tenia pasajeros a los que servir.
Dos figuras femeninas se adivinaban entre la niebla junto al barquero. Earión reconoció al instante a su prometida, Inariel ap Eiluned, y a su dama de compañía, una sombría sluagh llamada Elisabeta.
Desembarcaron y se acercaron a los dos amigos. Inariel vestía totalmente de negro, su color favorito, una abrigada capa de terciopelo y un ceñido vestido largo de seda. Tan solo un broche de plata con el emblema Eiluned para sujetar la capa y sus salvajes ojos verdes rompían el tono sombrío de su aspecto. Cuando tendió su mano a Earión para ser besada su rostro enmarcado por rizos azabaches reflejaba frialdad y desprecio. Aquella expresión se clavó en el corazón del caballero Fiona como una daga de hierro frío.
Elisabeta llevaba una capa azul medianoche que cubría totalmente el resto de sus ropajes. Camino silenciosa junto a su señora cuando después del saludo se alejo unos metros. Parecía como si la simple presencia física de Earión repugnase a la bella sidhe Eiluned.
— Señor, ella no os ama, no me gustaría perderos por el capricho de una mujer orgullosa.— susurro quedamente Thorvald.
— Sé que no me ama, pero yo si la amo, desde el primer día que nuestras miradas se cruzaron. Thorvald, es como si...— su tono se volvió solemne— ... como si en Arcadia hubiésemos tenido alguna relación, amantes, enemigos... quien sabe, solo se que la amo como si mis sentimientos no dependiesen de mi. Y sé que Daelor también tuvo algo que ver en todo esto en Arcadia, es como si el destino jugase con nosotros una partida de ajedrez, pero no sabemos en que bando estamos. Es como representar un papel en una tragedia de Shakespeare, pero sin conocer tu texto y sin saber sí al final mueres o no. ¡Demonios! ¡600 años robados de la memoria! Es algo horrible, créeme.—
— Me lo imagino señor, debe ser horrible, pero él es vuestro amigo, a pesar de vuestras diferencias de casa y corte habéis mantenido vuestra amistad, y ahora os matáis por una mujer.—
Earión recordó el primer encuentro que tuvo con Daelor ap Ailil. Hacia ya 5 años, en Florencia, había acudido allí en una misión secreta al servicio del Rey, le eligió su majestad en persona por ser el mejor caballero de la Rama Roja de todo el Reino de los Grandes Alpes, además conocía bien la Toscana pues su madre mortal era de Pisa y había pasado allí su infancia.
Daelor fue a Florencia al servicio de casa Ailil, y probablemente al servicio de la Shadow Court (aunque Earión nunca sabría esto ultimo con certeza), se decía de él que era el mas renombrado caballero de Los Guardianes del Dragón de Plata, una sociedad Ailil que en muchos aspectos era la contrapartida Unseelie a la Rama Roja.
Misiones distintas les llevaron el mismo día a la corte Florentina del Reino de la Toscana. Y a medianoche, huyendo de los soldados del Rey Toscano por lugares distintos, se encontraron en el Puente Vecchio, cortado el paso por ambos extremos por numerosos redcaps y trolls de la guardia de palacio.
Cruzaron sus miradas sorprendidos de encontrar allí al otro, Seelie y Unseelie, Fiona y Ailil, Rama Roja y Dragón de Plata. Enemigos naturales que sin pensarlo unieron sus fuerzas.
Earión siempre pensó que aquel encuentro no fue casual. El destino, que jugaba con ventaja pues conocía lo que había sucedido en sus vidas en Arcadia, les había llevado allí por alguna razón.
Después de escapar de Florencia su amistad se forjo durante el viaje de regreso al Reino de los Grandes Alpes, perseguidos por la guardia Toscana tuvieron que huir a través del Dreaming.
Y en los años que siguieron mantuvieron una sincera amistad a pesar de sus diferencias. El Reino entero se maravillo de ver luchar espalda contra espalda a dos sidhe que habían nacido para ser enemigos.
Pero su amistad se hizo pedazos dos meses atrás. En una fiesta en la corte Earión le presento a su prometida Inariel ap Eiluned. Era un matrimonio de conveniencia concertado por sus dos familias, él la amaba mas que a su propia vida, ella acudía al altar resignada pero Earión tenia la esperanza de que con el tiempo conseguiría conquistar su corazón.
El primer cruce de miradas entre Inariel y Daelor generó una poderosa corriente de glamour nacido del amor verdadero. Tercer cruce de miradas, el destino volvía a jugar sus cartas antes que ellos y se les adelantaba, aquella tragedia tal vez ya había ocurrido en Arcadia, o tal vez estaban representando el acto final. Los acontecimientos se precipitaron, Inariel y Daelor quisieron huir juntos pero fueron descubiertos. La justicia Kithain condeno a Daelor y le quito sus tierras y el titulo de Barón. Tonterías, el caballero Ailil estaba dispuesto a dejarlo todo, tierras, titulo, honor y huir con Inariel lejos del reino.
Earión y Daelor se encontraron en privado, ambos sabían que la justicia Kithain no tenia nada que decir al respecto, solo había una forma de resolver aquello.
El sol asomo entre los picos de las montañas decidido a no perderse detalle del duelo que en breve tendría lugar. Con el primer rayo del día Daelor ap Ailil y su testigo, un sátiro llamado Endo, llegaron al circulo de piedras montando dos pegasos negros. Nada mas desmontar el sidhe de casa Ailil dirigió su mirada hacia Inariel. No podían acercarse, las condiciones del duelo señalaban que tan solo si Daelor vencía podrían estar juntos.
Una repentina acumulación de glamour precedió a la apertura de un portal a través del espacio. El juez del duelo llegaba. Un anciano eshu llamado Ibrahim. Ambos duelistas le habían elegido por ser un gran sabio que conocía bien que cuando los hijos de Arcadia representaban su papel en la tierra ninguna justicia, humana o faerica, podía interponerse.
Ibrahim se acerco al centro del circulo de piedras y deposito en el suelo una vieja caja de madera.
— Earión ap Fiona y Daelor ap Ailil, habéis acudido hoy aquí dispuestos a bailar la danza del hierro. ¿Habéis traído vuestros testigos?—
—Si— respondieron a la vez.
— Venid y empuñad vuestras armas.— Y abriendo la vieja caja de madera el eshu dejo al descubierto el contenido: dos finas espadas de duelo forjadas con hierro frío. La banalidad que emitían rozo como hielo los corazones de todos los presentes.
— Recordad que debéis luchar sin protección. A muerte. Que Arcadia os perdone por bailar la prohibida danza del hierro—
Ambos caballeros se quitaron las armaduras con ayuda de sus testigos. Tan solo las camisas, blanca y negra, les protegerían de la banalidad.
A muerte.
— Earión, suerte. Si mueres quiero que sepas que ha sido un honor
servir a tus ordenes.—
— Gracias, Thorvald Araldsen, ha sido un honor disfrutar de tu
amistad.—
A muerte.
Los dos sidhe se acercaron al eshu y tomaron sus armas. Las empuñaduras
recubiertas de cuero apenas mitigaban el dolor de la proximidad del
hierro frío.
A muerte.
Inariel contemplaba temblorosa la escena, los duelistas se encararon
para saludarse. Pero antes Daelor cruzo su mirada con Inariel, sus ojos
se encontraron y Earión comprendió que habían hecho el juramento de Amor Verdadero. El destino jugo sus cartas por ultima vez y el caballero Fiona vio claramente cual era el suyo.
A muerte.
Daelor ap Ailil invoco la Ira del Dragón con furia, el glamour se
arremolinó en torno a su oscura figura.
El corazón Fiona de Earión clamo por la proximidad de la lucha y también invoco al Dragón. El glamour generaba chispas de magia alrededor de ambos enemigos.
A muerte.
No cruzaron palabra pues ambos sabían que las palabras sobraban, y el
duelo comenzó.
Earión miro una ultima vez a Inariel y sus miradas no se cruzaron, ella estaba pendiente de Daelor.
Descubrió cuanto la amaba y que estaba dispuesto a todo con tal de que ella fuese feliz.
Sabia que su viejo amigo de Casa Ailil era un guerrero excelente y se dio cuenta de que seria muy difícil dejarse ganar sin que lo notase.
A Hierro Frío.